Durrell, Gerald: MI FAMILIA Y OTROS ANIMALES

Ed. Alianza, Madrid, 1996.

416 págs.

Año publicación: 1956

El autor: 

Gerald Durrell, naturalista y escritor británico ( Jamshedpur,Raj Británico, 1925 - Saint Helier. Jersey, 1995). 


Valoración:


Mi familia y otros animales, junto con Bichos y demás parientes y El jardín de los dioses, conforma la trilogía que narra la estancia del autor, Gerald Durrell, en la isla griega de Corfú

La familia, hastiada por el umbrío clima británico, decide trasladarse a Grecia en busca de un ambiente más amigable y es aquí donde Gerald desarrollará la pasión por la naturaleza que le llevaría, años más tarde, a fundar el zoo de Jersey.

A lo largo del texto, el autor muestra sus años de infancia y juventud aunando la autobiografía con el retrato de costumbres y el humor. Así pues, van desfilando ante los ojos del lector personajes completamente atípicos —muy en línea con el título de la obra— a los que acontecen situaciones aún más atípicas: la novela entera es una sucesión de anécdotas a cada cual más estrambótica que la anterior, propiciadas no sólo por el carácter inusual de los familiares de Gerry sino, también, por sus peculiares amistades.

Además del carácter autobiográfico de la obra, otro de los aspectos fundamentales es la relación del autor con la naturaleza propia de Corfú: el texto está plagado de descripciones de los animales que encuentra —la mayoría de los cuales acaban siendo arrastrados hasta su residencia— e, incluso, de anotaciones de campo sobre el comportamiento que observa en ellos.

Las correrías de Gerald junto con el Dr. Teodoro Stefanide, especialista en insectos, serán las que provoquen las situaciones más hilarantes del texto y, también, las que provoquen que su madre, en un intento por evitar que Gerry crezca tan asalvajado, le busque diferentes profesores particulares, cuyas clases sumirán al autor en el más pesado de los tedios. 

Como conclusión, podríamos resumir Mi familia y otros animales como el testimonio de una familia muy especial, vital y feliz. Raramente en la literatura la alegría es tan extensiva y tan plural. Ameno, tierno y que desvela, sobre todo, una pasión contagiosa hacia los animales. Los derechos de autor de esta obra se dedican a financiar la Jersey Wildlife Preservation Trust, fundada en 1963 y rebautizada como Durrell Wildlife Conservation Trust tras la muerte del autor.

Y una recomendación final: mejor leer primero el libro y ver después la película.❗

MIS NOTAS SOBRE LA LECTURA:

  • Olores: en la fiesta del patrón la gente olía a “especias y ajo”; en la cita con el novio turco que “apestaba a un perfume espeluznante”.
  • Sabores: las recetas de cocina de mamá ; el vino griego.
  • Vista: las descripciones a vista microscópica de insectos, plantas…; el color de la isla.
  • Sonidos: el “ruido y barullo” de la isla; el parlotear de las mujeres comprando y vendiendo, el cloquear de las gallinas, el ladrido de los perros… (pág. 142)
  • Costumbres: ausencia de w.c. en las casas: “para qué busca una casa con w.c. teniendo el mar”.
  • Supersticiones:

Ah, sentarse sí se puede. Dan buena sombra, fría como agua de pozo; pero ahí está lo malo, que le tientan a uno a dormirse. Y jamás, por ningún motivo, se debe dormir a la sombra de un ciprés.

Hizo una pausa, se atusó el bigote, esperó a que le preguntase por qué, y prosiguió entonces:

—¿Que por qué? Porque si se hace se despierta uno cambiado. Los cipreses negros son peligrosos, sí. Mientras que uno duerme, sus raíces se le meten en los sesos y se los llevan, y al despertarse está uno loco, con la cabeza más vacía que un pito.

Le pregunté si era solamente el ciprés el que producía eso, o si era aplicable a otros árboles.

—No, sólo el ciprés —respondió el viejo, oteando con fiereza los árboles como para ver si estaban escuchando—; sólo el ciprés roba la inteligencia. Así que dése por avisado, pequeño lord, no se duerma aquí.

  •  Personajes excéntricos, locos: los invitados de Larry (el pintor deprimido después de 2 años, porque una tormenta asoló los almendros que se disponía a pintar; la condesa de Torro, calva, con dentadura postiza (pág. 131-2)…
  •  Pedagogía: el primer profesor de Gerald se esfuerza por contextualizar los aprendizajes a los intereses de su pupilo:

—Veamos, veamos —murmuraba George, recorriendo con su largo dedo índice nuestro bien preparado horario—; sí, sí, matemáticas. Si la memoria no me engaña estábamos empeñados en la hercúlea tarea de averiguar cuánto tiempo tardarían seis hombres en construir un muro si tres de ellos tardaban una semana. Creo recordar que llevábamos tanto tiempo con el problema como los hombres con el muro. Bien, pues manos a la obra y entremos al ataque una vez más. Quizá sea la forma del problema lo que te preocupa, ¿eh? Vamos a ver si podemos ponerlo más interesante.

Inclinábase pensativo sobre el cuaderno, tirándose de la barba. Después, con su letra grande y clara planteaba el problema de otra manera.

—Si dos orugas tardan una semana en comerse ocho hojas, ¿cuánto tardarán cuatro orugas en comerse la misma cantidad? Hale, aplícate a eso.

(…)

Nuestras incursiones en la historia no tuvieron al principio éxito muy notable, hasta que George descubrió que sazonando una serie de hechos incomibles con unas hojitas de zoología y una pizca de detalle totalmente irrelevante era posible captar mi atención. De ese modo me familiaricé con algunos datos históricos que nadie, que yo sepa, había registrado hasta entonces. Sin aliento, lección a lección, seguí el avance de Aníbal a través de los Alpes. El motivo que le impelía a intentar tamaña proeza, y lo que pretendiese hacer al otro lado, eran detalles que apenas me inquietaban. No, mi interés por lo que en mi opinión había sido una expedición muy mal planeada radicaba en el hecho de que yo me sabía el nombre de todos y cada uno de los elefantes. Sabía también que por nombramiento especial de Aníbal uno de sus hombres se encargaba, no sólo de alimentar y cuidar a los elefantes, sino de ponerles botellas de agua caliente cuando hacía más frío. Este interesante hecho parece haber escapado a la atención de casi todos los historiadores serios. Otra cosa que la mayoría de los libros de historia no parecen mencionar nunca es que las primeras palabras de Colón al poner pie en América fueron: «¡Atiza, mirad... un jaguar!» Con semejante introducción, ¿cómo no interesarme por la subsiguiente historia del continente? Así George, obstaculizado por libros inadecuados de una parte y un alumno remolón de otra, trataba de dar más aliciente a sus enseñanzas para que las clases no fueran un tostón.

 

Frase final:

Sobre la tarjetita, en la columna titulada Descripción de los pasajeros, aparecía escrito en pulcras letras mayúsculas: UN CIRCO AMBULANTE Y SU COMPAÑÍA.

—Qué ocurrencia —dijo Mamá, todavía echando chispas—, ¡desde luego, hay gente rara por el mundo! Y el tren siguió traqueteando camino de Inglaterra.


Conclusión: 

nuestras rarezas sólo son raras en los ojos ajenos, o lo que es lo mismo: vemos “la paja en el ojo ajeno pero no la viga en el nuestro”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario