Lindo, Elvira: A CORAZÓN ABIERTO

 

Ed. Seix Barral
Barcelona, 1ª ed. marzo 2020
6ª ed. julio 2020

Sobre la autora:

Web oficial: Elvira Lindo (Cádiz, 1962)

Reseña: 


"Siempre quise convertir a mis padres en personajes de novela, porque así los vi, unas veces, admirada, otras, estremecida, desde que era niña" (pág. 381).

Podríamos decir que este relato autobiográfico, en el que la autora  se sumerge "a corazón abierto" en la memoria de la familia Lindo, es el homenaje a una generación, la de nuestros padres y abuelos -según la edad del lector-, esos niños y niñas de la postguerra, que sobrevivieron y crecieron a duras penas entre la miseria y la falta de afectos de sus progenitores, ya bastante ocupados en sacar adelante a su prole, en medio de la adversidad de aquellos  años grises; recuerdos vívidos matizados, eso sí, por la ironía que, según la autora, ha cubierto todas las pesadumbres familiares, convirtiéndolas en un catálogo de anécdotas humorísticas.

Y es que las páginas van desgranando retazos de la memoria -que va y viene atrás y adelante en el tiempo-,  en un clima que alterna lo anecdótico, lo trágico, lo puramente cotidiano. 

Es así como , unas veces divertidos, otras conmovidos, asistimos a ese devenir de vidas -la suya y la de los suyos- imperfectas, con sus traumas, sus miedos y obsesiones, pero también sus virtudes, que les hacen únicos: una madre frágil y dependiente; una abuela tacaña y "mala"; los hermanos, las maestras del colegio; los amigos de la infancia y adolescencia; el descubrimiento del sexo y sus primeras experiencias... Y su padre, con el que se abre y cierra el relato; un padre autoritario, sociable, frecuentador de bares y fumador empedernido, que se ha forjado a sí mismo, fuerte, luchador, decidido, bajo cuya coraza se esconde una personalidad dañada en su infancia:

“La personalidad se construye en la infancia. Luego la vida puede compensarte si eres resiliente y luchador, pero los traumas quedan ahí. Latentes. Mi padre no se quejó nunca de haber recibido poco amor de niño, pero fue absolutamente demandante de nuestro cariños y del de mi madre. Exigía ser el centro siempre”. (Cita de la autora).

Mi valoración: 

Tengo que reconocer que, a pesar de no ser un título elegido por mí -me llegó en forma de regalo de Reyes-, la narración me ha enredado en una especie de catarsis que, quizás por los paralelismos en algunas situaciones, el reconocimiento de emociones, sensaciones inefables que viven dentro de mí,  me ha removido por dentro y emocionado por fuera. 
El devenir no cronológico de los hechos, que te va llevando de lo puramente cotidiano a lo triste y trascendental, pasando por otros pasajes más íntimos y de auténtica desnudez emocional -lo cual implica un buen grado de valentía por su parte-, todo ello en un tono distendido, salpicado con toques de humor,  es quizás lo que más me ha gustado. 

Posiblemente sin pretenderlo, Elvira Lindo va construyendo con su relato un espejo -empatía- en el que, en muchas ocasiones, he visto reflejado a mi padre, las calamidades de su infancia, sus últimos días tras la cortina blanca al fondo de una fría UCI de hospital; a mi madre... y a mí misma, despertándome sensaciones muy dormidas y provocando sonrisas y lágrimas a partes iguales.

Frases:

  • Infancia: 

"No se le puede pedir más a una infancia, y yo la tengo ahí, encapsulada, como un tesoro que me ha permitido entender que en la melancolía o en la pena siempre hay un recoveco por el que se filtra la alegría. Y que la alegría a su vez ha de estar abierta a la tristeza para no convertirse en un sentimiento estúpido y banal". 
“Niña con muy buena inteligencia que rendiría más en sus estudios si no interfiriera en su carácter un fuerte componente emocional que le impide cumplir con sus tareas tan bien como podría con su capacidad”. 
"Y llego el momento en que todo se hizo pedazos. Mi extrema fidelidad, mi fe en ellos, mi dulce inocencia. También ese elemento mágico que yo creía poseer y que me hacía creer que podía salvarla, salvarlos".


  • Sus padres:
"Yo, que tantas veces he escuchado, escrito y venerado las historias del exilio español, que compadecí a los que tuvieron que irse, a los que hubieron de forjarse una nueva vida lejos de su tierra y fueron desposeídos de lo que era suyo, veo ahora en él a uno de los desgraciados que hubieron de quedarse, olvidar el trauma de la guerra que marcó su niñez y sacar adelante un país de mierda".

"No había reparado en esa expresividad, idiota de mí, en esa fogosidad tan patente en sus sonrisas, no lo había visto, yo, condescendiente, que como todos los hijos pensaba que la pasión es un invento del presente y que ellos, nuestros padres, fueron ajenos a ella."

"Era agotador amoldarse a ellos: tras una temporada de silencio y enfrentamientos de pronto una noche los oías charlar animadamente en el cuarto. Yo los odiaba entonces por haberme embarcado en una guerra en la que la paz se firmaba sin contar contigo."

"No creo en Dios, aunque lo intenté, pero sí en esos recuerdos que a fuerza de asaltarnos producen fantasmas que nos acompañan. Yo los oigo, a ellos, a los fantasmas, y presto atención porque temo que el olvido me robe el color de sus voces.… "
  • Madre:
"El pecho generoso y elevado de las madres, ese pecho que sirve para hundir el desconsuelo cuando te han pegado, el pecho contra el que estamparse para sofocar la rabia."

“Mi madre me dijo, qué va a ser de ti, qué va a ser de vosotros. Y no entendí hasta muchos años más tarde el significado de la angustia que acucia a una madre al ser consciente de que va a abandonar a quien todavía no puede salir a la intemperie. Pero yo no supe lo que era la muerte hasta muchos años más tarde, y aún sigo descubriendo su huella lenta y singular”.

  •  Padre:

“Mi padre está repeinado como no lo he visto nunca, salvo en esas fotos de joven que le mandaba con una dedicatoria amorosa a mi madre. Una enfermera le ha tomado afecto, a pesar de que se está portando mal, y le peina con colonia cada mañana. Los rizos, ya muy ralos, se le quedan como engominados en caracolillos en la nuca y le refuerzan aún más sus duras facciones, que obedecen a un gesto espantado, el de un animal que estuviera aterrado. Lo está. Es consciente de que la muerte le ronda y de que no va a hacer nada por evitarla”.

"Padre mío, padre, quisiera acompañarte adonde quiera que te estás yendo. Tal vez hayas emprendido ya el pedregoso camino del recuerdo, tal y como aseguran es el ritual de los moribundos para poder encontrar la luz del reposo eterno. Padre mío, padre, déjame acompañarte en ese viaje, en un viaje por un tiempo en el que yo aún no existía."

"Tal vez debió morirse en ese momento. A los setenta y siete años, cuando aún podía alternar por los bares y refugiarse en sus vicios con cierta gallardía. Irse cuando uno es todavía uno íntegramente. Irse sin deterioro y sin rabia."
  • El tiempo:
"Dicen que de los muertos se acaba añorando más las manías que te irritaban que la coherencia de sus actos: si hay algo que yo no quisiera borrar de su recuerdo es aquello que en su día me avergonzó o me irritó. Es la habitual idealización de los muertos, tan practicada en el ámbito familiar".

"El tiempo que se afana en su labor de aliviar el dolor no cura las heridas las almacena y las devuelve el día menos pensado".

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